¿Has tenido alguna vez esa sensación de acostumbrarte a algo y que pierda su esencia? Hacer tantas veces algo que en su momento era especial y que, de buenas a primeras, se convierta en algo cotidiano o sin relevancia. Durante los cinco años y pico que viví y trabajé en New York me pasó con ciertas cosas y/o lugares. Ir al Madison Square Garden acabó siendo un trabajo, ver determinados partidos de la NBA pasó a ser una obligación y asistir a algunos eventos se hizo algo normal. Con el Rucker Park nunca me pasó eso. El Rucker Park es distinto. Es único. Tiene una historia y, al mismo tiempo, es el escenario de infinitas.

No sé cuántas veces he ido al Rucker Park o cuántos partidos he visto y jugado allí. De verdad que no lo sé, y tampoco me importa. No quiero llevar un listado porque cada día que he pisado el asfalto del parque de la 155th Street ha sido distinto y me ha dejado un recuerdo. Hacer una lista o llevar la cuenta sería como numerar cada uno de ellos y normalizarlos. Y no quiero. Prefiero que, de buenas a primeras, me venga un recuerdo vago con el que hacer memoria y reconstruir la escena. Y quiero pensar que no soy el único.

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Antonio Gil dio sus primeros pasos profesionales en la revista Gigantes del Basket, para posteriormente ser corresponsal de la misma en Nueva York. Durante su estancia en Estados Unidos trabajó para diferentes medios españoles como Basket4us y Sportyou, cubriendo las grandes ligas estadounidenses (NBA, NFL, MLB, NHL, NCAA, boxeo…).

El Rucker Park tiene millones de historias. Una por cada una de las veces que ha recibido un visitante o jugador. Todos lanzan en las mismas canastas, todos tienen la imagen de los Pologround Projets de detrás de una de ellas. Todos hacen las mismas fotos y todos beben agua en la misma fuente. Pero todos, absolutamente todos, lo viven y lo cuentan a su manera. Eso es lo más especial del playground más famoso del mundo.

He tenido la posibilidad de ver muchos y muy buenos partidos en el Rucker Park. Vi en directo los 66 puntos de Kevin Durant y el duelo entre Brandon Jennings y la leyenda viva del baloncesto callejero Adris De León. He disfrutado de la visita de bastantes jugadores NBA y estuve allí el día que no dejaron jugar a James Harden un encuentro de los playoffs del Entertaiment Basketball Classic, el famoso EBC, porque no había disputado ningún partido de la fase regular del torneo y el organizador no quería hacer excepciones. He presenciado el bautismo de barrio de jóvenes de instituto que con el tiempo serían estrellas de la NBA. Sin embargo, uno de mis recuerdos favoritos es la primera vez que salí del metro para ir a ver un partido en el Rucker.

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Entertaiment Basketball Classic. Antonio Gil
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Entertaiment Basketball Classic. Antonio Gil

Subir los escalones de la parada de metro que vigila al playground de tus sueños desde la otra acera. Hacerlo con mariposas en el estómago, como cuando eres un adolescente que sabe que va a encontrarse con la chica que le gusta. Los nervios de la primera vez. Poner un pie en el suelo de Harlem y ser consciente de que ha llegado el momento. Levantar la mirada y no poder evitar esbozar una sonrisa. Ahí está. Por fin nos encontramos. Hola, Rucker. Ya tenía ganas de verte.

La primera canasta en el Rucker Park también es especial. Da igual que sea en un pick-up game, en un torneo o simplemente lanzando con unos amigos. La mía en concreto fue con el balón de un chaval al que le pedí que me dejase un tiro. Un triple desde la diagonal derecha de la canasta que tiene el interminable edificio de ladrillo de todas las fotos. Con las miradas de un grupo de adolescentes clavadas en mi nuca y la tensión propia de alguien que no quiere que se rían de él si no toca aro. Y lo toco, al fondo y por dentro para hacer pasar al balón a través de la red. Levantamiento de cejas y encogimiento de hombros al devolver el Spalding a sus dueños. “Good shot!”. Gracias (sonrío y respiro).

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Historias, como os decía, hay millones. Da igual que seas Earl Manigault, Julius Erving, Stephon Marbury o Kemba Walker. No importa que seas LeBron James cuando acompañaba a Jay-Z en los partidos del EBC o Michael Jordan en un evento promocional de su marca deportiva. Es lo de menos que seas un chico del barrio o un forastero friki del baloncesto. Que vivas en New York, Los Angeles, Chicago, España o China. El Rucker Park marca a todo el mundo sin excepción y cada visita a este parque es una experiencia, y lleva ahí desde los años 50.

Durante muchos años he estado jugando asiduamente en canchas de todo New York y viendo partidos de torneos veraniegos casi a diario.  Manhattan, Brooklyn, Bronx, Queens. Bobbito García, mi mentor en muchos aspectos de la vida y el trabajo, encabezaba un grupo de locos del baloncesto callejero que contaba con más jugadores de lo habitual cada vez que la quedada era en el Rucker Park. Todo el mundo hacía lo posible por tener libre cuando nos juntábamos en la 155th Street. Las caras de los ‘novatos’ eran un espectáculo, y algunos de sus airballs también. El Madison Square Garden del barrio no da concesiones. Cuando algún amigo venía de visita a la ciudad y se apuntaba a alguna sesión de basket en el Rucker Park, mi consejo siempre era el mismo. “Disfruta, porque no sabes cuándo vas a volver”. Las fotos y los vídeos están genial, pero las imágenes mentales y los recuerdos son los que dan forma a la historia de cada uno.

Author Antonio Gil